¿CUANTO ANTES MEJOR?
 
La decisión de la Presidenta de adelantar las elecciones generó una catarata de análisis y opiniones. Prácticamente la totalidad, aún difiriendo en la definición y apreciación de los motivos de la decisión y del marco en que la misma se toma, coinciden en que el adelantamiento conviene al gobierno, refiriéndose a la “pulseada” permanente de iniciativas con la oposición. Nadie parece ocuparse de si la decisión nos conviene a todos y que otras cosas nos convendrían, más allá de esta “guerra de maniobras”

La calle parece tener una primera respuesta de las que no se ven escritas: tras el impacto de la novedad, aparecieron los comentarios risueños sobre como iban a tener que apurarse los políticos ante la supresión de casi cuatro meses de “rosca” y posicionamientos. Y las risas consiguientes ya conforman una respuesta: una actividad mal considerada, de parte de gentes que, ejerciéndola, no se hacen simpáticos al hombre común, les va a resultar más difícil y un muy argentino deseo “que se jodan” es lo que provoca esas risas. Y no se equivocan, están dando la pauta de lo ajeno al bien común que es, normalmente, un proceso preeleccionario. Si a esa “normalidad” agregamos el particular momento que vive el país, a las puertas de desfavorables condiciones externas que, aún en discutible medida, van a impactarnos seguramente, aquella “actividad mal considerada” encuentra razones para serlo aún más. Y existe aún otro aspecto: la escalada en el ataque virulento y desbordado de la oposición que, por tales características y por el papel de los medios masivos, solo permite augurar que mayor tiempo será sinónimo de mayores incontinencia y empleo de cualquier recurso para denigrar y desestabilizar, algo absolutamente alejado de la conducta crítica y propositiva que, sentido común mediante, debería ser el indicado para hacer reflexionar al ciudadano. Parece ingenuo denunciar esa verdad… lo que no significa que deje de ser tal.

No podemos siquiera imaginar a una oposición ofreciendo alternativas claras. Se hace lógico si evaluamos su composición. De los dos proyectos de país que se vienen discutiendo desde el principio de la historia moderna uno se explicita y el otro se esconde. Es simple, con matices y posiciones presuntamente encontradas en muchos casos, uno de ellos, el seguramente mayoritario en todos los tiempos, aboga por un país crecientemente industrial, (empleo), con un mercado interno pujante y afianzado (poder adquisitivo de las mayorías y desarrollo de PYMES comerciales, industriales y agropecuarias) implicando ambas circunstancias distribución ecuánime de la riqueza (justicia social) ; creciente integración con el resto de Latinoamérica (independencia económica y política). Este proyecto defiende también el respeto irrestricto por los derechos humanos y ka participación popular. El otro proyecto es el de un país agroexportador; industrias para consumo interno concentradas y transnacionalizadas, preeminencia del capital financiero, imposición regresiva, crédito caro y escaso, concentración de la riqueza. Como es obvio, este proyecto no se aviene con la organización y participación popular, con la igualdad de oportunidades, con la independencia económica y los derechos humanos no pueden alcanzar a “subversivos”, “inadaptados”, “apátridas” o el rótulo que quieren ponerle a aquellos que amenazan sus intereses. Si para el primer proyecto el Estado debe asumir una clara intervención equilibradora para el segundo, que no busca equilibrios, nada mejor que el mercado que, nunca tan evidentemente, concentra y permite la arbitrariedad de los poderosos.

Lo que desorienta un poco el análisis es que la oposición se integra con vastos sectores que no deberían responder a este último proyecto, no si la madurez política nos indica que deberían defender sus intereses reales. Y acá la influencia de aspectos culturales que, a pesar de la realidad de nuestra reciente historia y de lo que hoy pasa en el mundo “desarrollado”, se cristalizan contra toda racionalidad. Más tiempo de clima preelectoral es más influencia mediática en esa distorsión de la realidad tan perjudicial para el interés absolutamente mayoritario. Este aspecto de la composición de la oposición es lo que puede explicar el ocultamiento de verdaderas intenciones. Las clases medias “liberales” difícilmente pudieran soportar la realidad que parecen no ver.

Nuestra conclusión entonces es evidente: bienvenido el adelantamiento de las elecciones siempre que menos tiempo para maniobras que se agotan en la defensa de apetencias personales y/ de grupo significa un más rápido pasaje a la tarea de construir el país, algo que no es patrimonio exclusivo del gobierno que resulte sino de todos los argentinos.