KIRCHNER CON CARTA ABIERTA: EL COMPROMISO DE AVANZAR
 
Por Carlos Girotti (*)

Este columnista ha hurgado en los archivos de su computadora con la sana intención de encontrar, entre sus escritos, señales y marcas que le indicaran que algo había hecho para impedir la derrota del 28 de junio. Hasta se ilusionó con la confección de una bitácora, que arrancaba allá por noviembre de 2008, en la que mediante fragmentos seleccionados de notas publicadas aquí mismo, balizaba un rumbo de advertencias, propuestas y críticas. Al cabo, concluyó que esos textos, parciales o completos, pudieran servir para otros menesteres pero no para el que se había propuesto. ¿Por qué? Porque equivalía a ponerse por fuera de la derrota.

 No debe haber peor manera de superar un revés semejante que ignorarlo o considerarlo ajeno. Quizás porque la única manera de salir de una derrota sea con una victoria, lo primero que hay que hacer es saberse en el bando de los perdidosos porque la victoria, si es posible luego, lo es porque entraña una construcción social concreta. Lo que antecede a la victoria, a cualquier victoria, es la previa aceptación de que, como mínimo, se viene de una derrota. Pero no es fácil. Hay un tópico de la política que consiste en la autoadjudicación de paternidades y maternidades del triunfo y una cerrada negativa a declarar cualquier lazo familiar con su opuesto. Es más: siempre se señala al mariscal de la derrota, como si los demás nada tuvieran que ver con ella.

El 28 de junio fue un derechazo a la mandíbula de muchos. Y lo del derechazo no es tan sólo metafórico. Este avance de posiciones de la derecha restauradora deja planteados varios caminos para quienes, raudos, tomaron distancia de la derrota, pero sólo una alternativa para quienes la han asumido y la padecen como propia.

Se ha dicho ya, y no es ninguna novedad, que los adalides del retorno al país del primer Centenario distan largamente de ser un bloque homogéneo. Sus resquemores, desconfianzas mutuas y tribulaciones varias son la expresión de algo cuya resolución no depende directamente de ellos: la crisis mundial impone un tiempo de transición que será mayor o menor en la medida en que se establezca un rumbo hegemónico hacia un nuevo patrón de acumulación del capital. Habrán de subordinarse a ese nuevo esquema planetario, qué duda cabe, pero mientras tanto disputarán entre sí los puestos de mando a escala nacional. Tras ellos ya han comenzado a encolumnarse los que huyen despavoridos de la anomalía política, económica y social que representa el kirchnerismo desde 2003. Entre estos últimos no escasean los que ven en el PJ, rediseñado a imagen y semejanza de la  liga de los gobernadores, a un puente de plata para subirse al escenario de la negociación con los restauradores. Sin embargo, ni unos ni otros cuentan con un proyecto que dirija a la sociedad. Le temen a la ingobernabilidad. Postulan una suerte de cohabitación entre la rampante restauración conservadora y el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner que, acosado por la inocultable derrota electoral, debería retroceder asegurando la tan ansiada “transición civilizada”. No le piden al gobierno que se vaya sino que claudique, que acepte que ya no tiene otro papel histórico que cumplir que no sea el de alfombrarles el camino hasta 2011. Basta de gestos destemplados. Ya es hora de valorizar al dólar más allá de los 4 pesos, de recortar el gasto público, de tocar el timbre al FMI, de disminuir los costos de la indemnización por despido, de dejarse de agitar el proyecto de ley de medios audiovisuales, de no poner trabas a las suspensiones laborales ni a la disminución compulsiva de los salarios, de no insistir con las paritarias ni con regímenes móviles de jubilación. Un retroceso en toda la línea, claro y sin apelaciones ni atenuantes, que deje expedito y sin retenciones de ninguna clase al prodigioso camino de la agroexportación. En el límite, este bloque variopinto de derechas se siente autorizado a dar por muerto al kirchnerismo. Por cierto, también están los que mal podría ubicárselos en dicho bloque de derechas, o asociarlos a éste desde una mirada tan conspirativa como insensata, y que, sin embargo, coinciden en la apreciación por la sorprendente cantidad de votos cosechados. Es el caso de Proyecto Sur, que ha dado por agotada la etapa abierta por Néstor Kirchner –insuficiente por definición- y, sin eufemismos, se autopostula como superación inequívoca.

Ahora bien, si todo esto es posible es porque acá hubo una derrota. Múltiples factores la originaron y no sería apropiado señalarlos en este espacio reducido sin caer en la más pedestre de las justificaciones. No se trata de justificar o minimizar. Lo que importa destacar ahora es que esa derrota compromete no sólo la suerte política de Cristina y Néstor Kirchner sino, fundamentalmente, la de vastísimos sectores populares y, con ellos, la posibilidad de la nación soberana, la de su desconexión con la lógica unipolar e imperial, la de una efectiva integración y complementación regional. No hay manera de ponerse por fuera de esta derrota sin ponerse en las antípodas de las posibilidades históricas de construir un horizonte distinto a la tormenta perfecta de la derecha conservadora argentina. Este y no otro es el carácter de lo ocurrido con los resultados electorales del 28 de junio porque, a partir de ahí, se afirma el curso destituyente o bien se profundiza el rumbo abierto en 2003.

¿Hay reservas para enfrentar esta opción de hierro? ¿Cuánto de lo logrado en estos pocos años no se ha perdido ya? La sorpresiva y sorprendente visita de Néstor Kirchner a la asamblea del Espacio Carta Abierta, ocurrida el sábado en Parque Lezama, dará pie a renovados ataques. Los escribas de los grandes medios dirán, una vez más, que el gesto de Kirchner es para minimizar el revés electoral. No faltarán los que insistan en que Carta Abierta es un espacio integrado por “filósofos a sueldo”, cuando no por “stalinistas que le dan letra al gobierno”. Pero la presencia de Kirchner en esa asamblea tiene otro significado. No eligió ir al lugar de las adulaciones ni al de los silencios oportunistas para reaparecer tras las elecciones. Tampoco acudió a un ámbito interesado en cargos o prebendas. Optó por reafirmar el compromiso de “recorrer el país” y “hacer lo que hace falta hacer” frente a una asamblea de más de 500 personas que, antes de su llegada inesperada, ya se había pronunciado por la imprescindible profundización de los cambios, tal y como lo sostuviera en la Carta/5 antes de las elecciones. Desde luego que fue recibido con afecto y reconocimiento, pero ninguno de los asambleístas que lo precedieron en el uso de la palabra se privó de señalar las carencias y los errores que emergieron con el dictado de las urnas. “Faltó una noción del futuro”, se dijo, “una convocatoria popular a adueñarse del mañana y no sólo a defender lo realizado”.

La concurrencia de Néstor Kirchner a esa asamblea de Carta Abierta –hecha en plaza pública y al aire libre, para no disciplinarse a los rigores de la pandemia ni a la soberbia de las derechas- indica que la disputa por un país mejor no está clausurada. Las condiciones son más complejas y la situación general es más crítica. Pero, apenas a una semana de las elecciones, lo que quedó claro en Parque Lezama es que, mientras haya voluntad de avanzar, habrá muchos dispuestos a no claudicar ni a rendirse frente al primer infortunio.

(*) Sociólogo, Conicet
4 de julio de 2009. NOTA PARA BAE / MIRADAS AL SUR