LA DISCUSIÓN SOBRE LAS ELECCIONES Y LO QUE SIGUE
 
 
El sociólogo Fortunato Mallimaci analiza los mitos que rodearon la elección confrontados con lo efectivamente sucedido. A partir de los resultados, el periodista Martín Rodríguez bucea sobre la relación del kirchnerismo con el PJ y plantea caminos posibles de salida después de la derrota.


EL VOTO DE LOS POBRES

Por Fortunato Mallimaci *

Los resultados de las últimas elecciones han puesto algunos temas nuevamente en debate. No son nuevos pero muestran concepciones, interpretaciones y miradas que después de 26 años ininterrumpidos de democracia van dejando su huella. No está de más repetir que el mundo social es una combinación de hechos y de múltiples interpretaciones de esos hechos.

¿Por qué los ciudadanos votamos como votamos en elecciones universales, obligatorias y secretas? Una primera afirmación es por múltiples y complejas racionalidades que entrelazan pertenencias sociales e intereses con emociones, identidades familiares, simbólicas y por supuesto según creencias, memorias, promesas y esperanzas a venir. Los determinismos –sean cuales fueran– no sólo no ayudan sino que entorpecen los análisis.

Uno de esos “lugares” estigmatizados desde hace décadas es el conurbano bonaerense. Hay lecturas más de ciencia ficción que de análisis social, quizá por ser el conglomerado más complejo y donde vive casi la cuarta parte de los argentinos. Más allá del análisis de los resultados, proponemos ahondar algunas reflexiones.

Resumamos algunos de los lugares comunes de muchos de los análisis publicados antes y después de las elecciones:

- Los “aparatos” partidarios inclinan balanzas para uno u otro lado. Si bien es cierto que sus personeros no han perdido las “mañas”, que varios de ellos son “impresentables” y que habrá que hacer cumplir la ley que obliga a las elecciones internas y a la transparencia en la gestión, nada indica que tengan el poder ni la credibilidad para que “todos” los acaten. Las especulaciones en torno de traiciones, dobles juegos o poder absoluto no alcanzan a explicar los resultados. Página/12 ha señalado muy acertadamente que aun si los votos de las listas de concejales se hubieran volcado a la lista nacional, habría sucedido una derrota para el oficialismo.

- Las campañas publicitarias y los sondeos influyen en los resultados. Si bien han sido “escandalosas” las sumas de dinero utilizadas durante la campaña por listas oficialistas y opositoras transgrediendo toda la normativa vigente en flagrante asimetría con otras, por sí solas no alcanzan para decidir el voto de millones de personas. Como prueba basta mencionar el desempeño de las listas de Nuevo Encuentro y Proyecto Sur, que se costearon “a pulmón”.

- Los medios de comunicación masiva manipulan las conciencias. Si bien ha habido “uso y abuso” de las empresas mediáticas en posiciones políticas explícitas de apoyo al arco opositor, de campañas sistemáticas contra el Gobierno, pretendiendo revitalizar miedos e incertidumbres, no es comprobable que manipulen y determinen el voto del conjunto de la población. Lo sucedido otras veces en nuestro país y en el resto de América latina relativiza esa afirmación. El rol de los medios es sin embargo un debate pendiente y por eso es tan importante una nueva ley de radiodifusión que democratice la actual concentración empresarial y garantice una amplia y plural libertad de información.

- El fraude es la constante en el conurbano. Una vez más, como ha sucedido en otros comicios, el “fantasma” del fraude fue repetido hasta el cansancio por la oposición y sus empresas mediáticas. Lo mismo había sucedido en elecciones anteriores. Si bien es posible que algunos “pícaros” aprovechen situaciones límite y es fundamental aplicarles todo el rigor de la ley, en éstas y otras elecciones no hubo denuncias fundamentadas. Si ganan los “nuestros” el comicio fue transparente, si ganan “los otros” hay sospecha permanente. O como se repitió antes de las elecciones, “son legales pero ilegítimos”. Quienes irresponsablemente anunciaron fraude hasta el domingo a la tarde juegan con fuego y ponen en peligro la institucionalidad democrática. No se han escuchado hasta ahora autocríticas al respecto.

- El conurbano es un territorio homogéneo lleno de pobres e indigentes. Esta es una falsedad. Lo que caracteriza la zona es la heterogeneidad de situaciones, identidades y la desigual presencia estatal. Conviven personas con trabajo estable con una gran mayoría que vive de changas y de su propio esfuerzo; jóvenes socializados en una cultura mediática del aquí y ahora con adultos provenientes de la cultura del trabajo; identidades políticas que se recrean mayoritariamente desde el territorio donde fuera de los oficialismos y grupos religiosos no hay casi ninguna otra presencia; personas y familias que se socializan en la vida cotidiana en una delgada línea que separa “lo legal” de “lo ilegal”, lo formal de lo informal, lo público de lo privado y la seguridad de la inseguridad. Los pobres del conurbano han tenido suerte diversa en los últimos años: algunos han mejorado considerablemente sus condiciones de vida vía su incorporación al trabajo y otros han continuado en situaciones de alta vulnerabilidad, con escasa o nula asistencia estatal. Para la gran mayoría de ellos, la lectura del pasado, del presente y de las promesas hacia el futuro se hacen y recomponen desde una densa cultura peronista con múltiples identidades: fuertes para unos, hechas y recompuestas por su propia cuenta en otros y en numerosas redes sociales para los demás, que se reconocen o no en el PJ, en sus dirigentes o en otros peronistas y se diferencian según momentos, situaciones y expectativas. Esta heterogeneidad puede también explicar la diversidad del voto.

- El clientelismo es la principal forma de hacer política. En esta afirmación está en juego cómo se caracterizan las personas y sus vínculos con el Estado, la sociedad política y civil. Se supone que los “votos populares” son “retribuciones” a favores recibidos por los funcionarios estatales. Es innegable que la supresión y disminución de derechos universales y la privatización de servicios esenciales como educación, salud, seguridad, trabajo, vivienda y alimentación traen aparejadas limitaciones a la libertad. Pero deducir de esto conductas de las personas y predecir comportamientos sistemáticos es sobre todo un problema ideológico. Es una mirada clasista, racista y discriminadora. Lo interesante es que el estigma de clientelismo se aplica sólo a los empobrecidos y a los vulnerables, puesto que son considerados objetos, cosas, “carenciados” y no personas humanas sujetos de derecho. Son los actores e instituciones que defienden cargos, poderes e intereses –económicos, educativos, mediáticos, religiosos, militares– los que se expresan desde esa lógica, diciendo que los empobrecidos son personas engañadas, compradas, poco conscientes, poco educadas, falsas, víctimas.

Los aparatos, las campañas, los medios y las triquiñuelas de unos pocos son temas a tener en cuenta pero ellos solos no explican el voto ciudadano. Pueden y crean “climas de época” pero para ganar deben asentarse sobre identidades socio-políticas-religiosas y espacios territoriales y simbólicos en continua recomposición y negociación. A través del voto algunos ratifican que creen que sus promesas se están cumpliendo, otros rechazan el camino realizado, para volver al pasado, y otros buscan nuevas promesas en otros caminos. Si deseamos profundizar la democracia, se debe partir del reconocimiento de que los empobrecidos tanto como los enriquecidos, los trabajadores y los empresarios, los que viven en los cientos de barrios cerrados y abiertos del conurbano son personas libres, creativas, creadoras, racionales, soñadoras, conscientes y que toman decisiones propias al optar por su voto, como lo hacen respecto de su sexualidad, su religión y su porvenir. No hay ni aquí ni allí votos cautivos o personas “disponibles” sin historias y sin vivencias, sino identidades amplias que negocian, se recomponen, se trasladan, toman distancias de unos y otros según grupos, territorios y momentos históricos.

En la campaña electoral que acaba de finalizar, la mayoría de los candidatos y partidos políticos hablaron de terminar con la pobreza a partir de implementar una asignación universal mensual por hijo. Es una oportunidad para ampliar la democracia y sus derechos aquí y ahora. Si deseamos aumentar los márgenes de libertad, creatividad e institucionalidad en nuestra sociedad, ésta debería ser la primera ley que el Parlamento debería aprobar.

* Sociólogo UBA/CEIL-Conicet.
 
 
LA NOCHE ESTÁ EN PAÑALES

Por Martín Rodríguez *

Lo importante de volver a empezar es ubicar el punto donde terminó la última batalla.
Mario Arteca, Piazza Navona, junio 2009.

1 ¿Qué cosas positivas podría el kirchnerismo hacer tras la derrota electoral? En principio, exponer en los hechos una revisión crítica de sus propios empecinamientos. Esto cae de cajón. Y para ello deberá aislarse de un microclima intenso que terminó festejando sus provocaciones, viendo en ellas una “afirmación ideológica”. La dialéctica de “política blanca / política negra”, oponer a la “oligarquía” una versión plebeya de los “barones del conurbano”, esa vaga ilusión de un país racial, tuvo ribetes –incluso– voluntaristas y estilizados que diluyeron la compleja trama de intereses y alianzas que se tejieron durante la 125. La raíz histórica del campo es innegable, y que la lida de intendentes son la columna vertebral del peronismo también. Pero todo se tradujo en una realidad binaria que abrazó un idealismo territorialista y pejotista. La fórmula real fue: un kirchnerismo conservador en lo político para fortalecer la “profundización del cambio”. Decíamos alguna vez: el kirchnerismo es José C. Paz con derechos humanos, y eso está bien. (El conurbano, esa invención de una nueva “frontera” argentina, es el territorio que debe fanatizar al kirchnerismo, y así lo hizo.) ¿Pero qué es el PJ? Es el partido capaz de construir la representación política suficiente y necesaria para todo tiempo y espacio. Es el partido del orden. Si vas a estar en el pejota, deberían ser necesarios un fuerte liderazgo y una iniciativa en la gestión, pero con una extrema previsibilidad reformista.

2 ¿Qué hacer? La revisión política oficial ahora debe ser directa a la víscera más sensible que cuece las razones del voto: las políticas sociales focalizadas y la intervención del Indec, cuyo desastroso itinerario en la opinión pública se tornó irreversible. Varios cuadros aliados de izquierda que aún conserva el Gobierno pueden tener un rol en estas decisiones. El kirchnerismo es reacio ideológicamente a la “universalidad” de un ingreso ciudadano. El ingreso universal debe barrer con las políticas de “focalización”, esa mirada pastoral. Pero ese mecanismo distributivo se ubica en una zona de consenso construida por la oposición, pues bien: hay que usar la fuerza del otro. Eso es kirchnerismo: un proyecto que llegó vacío y ágil, capaz de construirse sobre los otros.

¿Y qué esperamos del Gobierno? Que sea liviano. Que siga una agenda de izquierda “no conflictiva” capaz de resolver nudos de gestión (Indec), y que pueda colocar al Gobierno a la altura de consensos que ya existen. La única transversalidad es la transversalidad de hecho y no un monstruo organizativo que intenta suplir al Partido Justicialista. Gobernar el desorden de fuerzas por la tracción de la gestión.

Bien, si el camino elegido después de estas elecciones es uno que incluye medidas “conflictivas” (como la ley medios), ese camino estará lleno de cuervos. Ese proyecto de ley debe ser considerado “para el Congreso que viene”, cuando las representaciones reales se afinquen en el Parlamento. Podríamos decir: la ley de medios será el caso testigo que pruebe la calidad de la democracia. La posible derrota será un triunfo moral.

3 ¿Por qué tanta perplejidad con el triunfo bonaerense de De Narváez? ¿Qué se leyó mal? Se leyó mal la sociedad que dejó la década del ’90. Una década de consenso y representación, más allá de la exageración ideológica que el traumático fin de la convertibilidad figuró (es decir, la lectura del estallido final del 1 a 1 como fin de una economía de mercado). La lectura crítica de los ’90 es un tabú. ¿Sería posible pensar los avances y las fortalezas de esta década sin esa herencia sorda? ¿La integración regional, acaso, no dice algo de la continuidad de políticas de Estado? La del ’90 es una década maciza: en democracia el poder político quedó envuelto en el poder real. Esa solidificación también compuso un escenario estable que pudo procesar las crisis, las rupturas, las continuidades. Por supuesto que ésta es una década para trabajar sobre los efectos de aquélla, pero la sociedad camina hacia adelante y hay toda una cultura tallada en aquellos años (pautas culturales de consumo) que también fue alimentada por los años de consumo y producción kirchnerista.

¿De qué somos hijos? Somos hijos de la política, de una clase política, de una cultura política. Y algo de eso envolvió el entierro de Alfonsín: en 1983 nació el Orden Democrático. Tras la década del “liberalismo político” siguió la del “liberalismo económico”, pues bien: se desarmó el viejo Estado, se desguazó la picana junto a YPF. Frente a eso el kirchnerismo es una prudente restauración del Estado Benefactor embanderado en los DD.HH. para no asustar a los “sensibilizados”, a los que ven al Estado y lloran. Kirchnerismo y restauración: museo ferroviario, ESMA, y así sucesivamente una recuperación cultural. Kirchnerismo curador de un museo social. Pero algo falló. Cuando se le decía al candidato opositor que era “rico” o “empresario” no volaba una mosca, en esos cargos no se creaban grandes sentidos o juicios.

El kirchnerismo fue mejor cuando la política iba detrás de la gestión, no al revés. Cuando el carro andaba y los melones se acomodaban. Y la gestión, a su vez, iba detrás de los consensos más o menos visibles de la sociedad. Recuperar esa vertebración podría colocar nuevamente al Estado en un lugar esperado y no de “vanguardia” (o patrulla perdida) sin contacto con el presente. “Qué quiere la sociedad” es lo que hay que volver a preguntarse. Y sobre esas respuestas hacer la política de los próximos largos dos años y medio en que nada está dicho.

* Periodista. Revolución-tinta-limón blogspot.com

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