UNA GUÍA PARA LA ACCIÓN


Acabamos de terminar la lectura de la IV Carta, con la que, fatiga aparte, acordamos.

Acordamos con todos los fondos, pero no podemos dejar de referirnos a ciertas “incomodidades” que, en este caso, ya no se refieren a su farragosa redacción: queda claro y bien fundado el apoyo crítico a este gobierno.

Hasta parece que se considerara, adecuadamente, que de lo que se trata es apoyar a los sectores del gobierno que hacen las cosas bien y criticar a los sectores que las hacen mal. Y no es poca esta diferencia, cuan fútil parezca.

Cuando hablamos del “gobierno” hablamos de un poco homogéneo elenco ejecutivo (recordar sus distintos niveles), secundado por un aparato estatal no elegido, leyes adversas heredadas, con un legislativo cuya composición ─ aún considerando propios, amigos y aliados ─ no juzgo, porque lo dejo a criterio del lector, pero cuya homogeneidad y lealtad no ofrece demasiadas seguridades. Una justicia que… bien gracias. Y todo ello en un contexto que también todos conocemos, desde los medios masivos a la actuación del capital concentrado, del imperio y sus acólitos, los acreedores externos, etc.

Y ahora “la incomodidad”: de ese “gobierno”, tomado tácitamente como una unidad homogénea, capaz de clara voluntad, capacidad y posibilidades de hacer, “esperamos”. Es decir, reconocemos aciertos y señalamos falencias, demoras, errores hasta “traiciones”.

Detrás de esta actitud, en medidas diversas, subyacen tres premisas:
1) El “gobierno” es un todo unívoco y comandado por una sola voluntad;
2) tiene la posibilidad de hacer bien lo que hace mal; y, corolario evidente de las otras dos;
3) a nosotros nos cabe: esperar que lo hagan bien y putearlo si lo hacen mal.

Deberíamos reflexionar un poco sobre “el gobierno”. Si aceptamos lo que dicen unos cuantos, sobretodo los “opinadores” de siempre, la prensa escrita y aún muchos compañeros, tanto Kirchner como Fernández de Kirchner (según el turno) son déspotas de entre casa, poco amantes del disenso y prestísimos a castigar a cuantos “saquen los pies de su plato”.

Ergo: el gobierno son los Kirchner, ellos comandan en forma omnímoda; según su discurso son o deberían ser capaces de hacer o hacer hacer bien lo que están haciendo o dejando hacer mal y, obvio, también según el discurso nuclear: nos cabe esperar que hagan las cosas según el discurso.

Después podemos “agrandar” los alcances del “gobierno” a un grupo o mesa chica,  con miembros declarados u ocultos (al menos algunos) pero eso se ha de conjeturar o nominar de maneras diversas. (¿Qué pasó con el Alberto no puntano? ¿Era “alter ego” o no lo era. Era “del palo” o cumplió una función?). Un mero ejemplo, seguro los lectores conocen otros. Podemos luego extender la definición al gabinete de ministros y otros funcionarios de alcurnia. (¿Cuántos Lavagna habrá entre ellos?) Si uno les mira historia y atributos no creo que se anime a hablar de homogeneidad ideológica y/o posicional absolutas. Y, englobando por último el resto del ejecutivo los miles de funcionarios y aún el “aparato estatal” no creo que a nadie se le escape que seguir hablando del “gobierno” como algo claramente homogéneo, capaz de una acción conjunta y disciplinada es, por lo menos, una entelequia.

Seguimos sin hacer comentario alguno sobre el legislativo ni el judicial. Sobre la disciplina, confiabilidad y lealtad de los propios y la buena leche y altura de la oposición en el primero; la probidad, capacidad y voluntad de servicio a la justicia del segundo, opinen ustedes “in péctore”. Todo ello en el contexto nacional y mundial que también conocemos. Nos atreveríamos a señalar que es más fácil pensar que, en vez de alguien que “maneje los hilos” existe alguno que pretende llevar por una vereda, estrecha, un sinnúmero de gatos famélicos y con un látigo corto.

¿Qué estamos queriendo sostener con lo que decimos? ¿Que hay que comprender a los pobres hombres del gobierno? ¿O a los pobres Kirchner? ¿No atacarlos porque hacen lo que pueden y no lo que quieren? De ninguna manera. Así, en negrilla y subrayado. Estamos queriendo recalcar que no podemos esperar que hagan nuestro trabajo, bastante tienen con el de ellos que, además, si les resulta dificultoso, les podemos recordar que nadie los obligó y siempre pueden dar las hurras e irse. (De paso, ¿nos gustaría, aceptaríamos, que se “cansaran” y se fueran?). ¿Y cual es “nuestro trabajo”? Pelear por lo que queremos que sea, algo así como hacer política de veras. Estamos de lo más shockeados por las nuevas derechas, los agromediáticos en la calle y las rebeliones de los brujos varias que han acontecido. Estamos preocupados por nuestras clasesmediasconsumidoras-detinellismosvarios… ¡¡se están derechizando!!

Nosotros, los preclaros, los amantes de la tv pública, radio nacional, encuentros y lectores de página 12… entre otras posibilidades, si nos agregamos a los que no tienen TV ni leen diarios ni… comen. También somos unos cuantos. Ahora, (sobretodo nosotros los primeros), ¿hacemos causa común y reventamos las plazas con nuestras demandas o con nuestros apoyos propositivos? ¿Nos juntamos con nuestros hermanos los segundos para ayudarles a traducir lo que escuchan a lo que ya saben? ¿Militamos la causa común? ¿Somos capaces de consensuar nuestra evidente causa común?

Me parece que somos más una máquina de gritar o sostener verdades ideológicas ─ altamente matizadas según la sigla, sub líderes y/u otras yerbas o pajas separadoras ─ que predicadores respetuosos de las verdades más objetivas para el bien común. Porque no se puede dudar que el “bien común” es posible y que su menguada existencia no depende de la falta de recursos materiales o humanos. El problema ni siquiera es técnico ni de elección de alternativas; con lo ocurrido en el país en los últimos treinta años y con lo que ocurre en el mundo ahora, hasta es más fácil despojarnos y ayudar a los demás a que se despojen del “liberalismo congénito” que tantos años de prédica omnímoda y excluyente nos dejaran. No, el problema es político, o mejor, POLÍTICO, con mayúsculas, para diferenciarlo del político menor que es el que denunciamos: la falta de inteligencia fraterna, la defensa de posiciones propias antes que la de objetivos compartidos; la de gritar verdades más que ganar consensos; la de acostumbrarnos a ganar o perder según lo que otros hagan y no tomar conciencia real que solo nos queda la unión para derrotar la fuerza. Menos mal que somos los que “apoyamos críticamente” al gobierno “virtual”. En una proporción seguramente mayor a la de nuestros hermanos “los segundos” ni siquiera los votamos; en una proporción seguramente mayor a la de nuestros hermanos los segundos confiamos muy poco en ellos. Y criticamos, esperamos y luego… puteamos. ¿No será verdad que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen? Si fuera así podemos saltar en todas las patas posibles… del proceso, menem y de la rúa a ahora, podemos estar convencidos de que hemos mejorado ostensiblemente como pueblo. Capaz que si mejoramos un poco más nos toca algo mejor.

¿Y en que habremos mejorado como pueblo? De afuera se podría conjeturar en que estamos haciendo más “POLÍTICA” aún cuando mantenemos en nivel estable la “política”. ¿De donde sacamos eso? El primer ejemplo, quizás el comienzo, fueron unas mujeres con pañuelito que se resolvieron a no esperar y salieron a la calle… hace mucho de ello. Después salieron muchos más y hasta dejaron vidas… pero se llevaron un gobierno puesto. Si hasta la contra ─ y nos shockeamos, asombramos, alarmamos ─ aprendieron que hay que salir a la calle o a los caminos. Claro, todos recordamos o nos contaron, que antes salíamos gratis a la calle, que “militábamos”, también recordamos o nos contaron, que a muchos de los que salían gratis a la calle los cagaron matando y quizás algún reflejo haya quedado. Y cuando después empezaron a pagar para salir a pegar carteles o a regalar una zapatilla a la ida y otra a la vuelta para movilizar también pueden haber ayudado a la falta de conciencia. Y no te digo nada de los Tinellis y sus miles de etcéteras.

El enemigo hace bien las cosas; no se ponen “peronómetros” ni “zurdómetros” ni “burguesómetros” ni personalismos declamantes a la hora de planificar los comos. Tienen claro el objetivo y acuden a cualquier medio. Y nadie piense un segundo que nos podemos pasar a la vereda del que acepta cualquier fin para justificar cualquier medio, pero sí podemos comenzar a transitar decididamente la vereda de la inteligencia, el respeto, la solidaridad, la fraternidad y aún el amor, cuan excesivo parezca, para predicar con palabra y ejemplo en el despertar de las conciencias, sobretodo si algunos indicios parecen mostrar que éstas están “saliendo de la anestesia”.

La acción debida pasa por la necesidad de unirnos, no de declamar la unión; de reunirnos a escuchar no a escucharnos; de enseñar con números y datos ciertos no hacer propaganda a favor o en contra; de hacer pensar respetando naturalezas y lenguajes no discurseando para los que ya saben para que aprecien cuanto sabemos.

No sé porqué, pensando en la autocrítica, personal e introspectiva, que cada uno de nosotros debería hacerse, nos vino a la cabeza un cantito de los setenta “No rompan más las bolas… Evita hay una sola”. Aquellos que están en condiciones de recordarla pueden aquilatar cuanto tenía de lapidaria, contra hipócritas y traidores, por lo que “Evita” significaba para quienes la coreaban. Los que entiendan cuenten a los que no estaban. Todos juntos hagamos lo imposible para que nadie pueda gritarnos jamás “No rompan más las bolas… la Patria es una sola”  y recordemos que también lo es el enemigo común.