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LA CRISIS… Y LO QUE HABRÍA QUE SABER DE ELLA
La tan temida crisis mundial y su tratamiento por los medios es un flagrante ejemplo de las varias y diversas falacias a que estamos sometidos, sea por la desinformación tendenciosa y monocorde de la mayoría de la prensa, sea por la despreocupada ignorancia o irresponsabilidad de muchos comunicadores, sea porque hace tanto que nos bombardean con basura ideológica que es difícil escaparle a verdades reveladas que no son más que mentiras muy repetidas.

Se nos habla de la crisis; se reflejan paralelamente: la gravedad de la misma y optimistas apreciaciones diversas sobre su acotada duración; se recogen discursos descontando la influencia perniciosa que ha de tener en nuestra situación, con un tufillo a el gobierno no podrá pararla, nos enfrentamos a un destino inexorable, etc.; se habla de los crecientes índices de desocupación ajenos que, en el contexto, casi dicen que podemos esperar lo mismo a poco de andar, etc. etc.

Solo de algunos analistas serios, desgraciadamente no muy didácticos, se leen análisis que puedan orientar la opinión sobre bases sólidas. Y es una verdadera lástima (por razones exclusivamente políticas) que no se lleve a la opinión pública a un adecuado conocimiento de lo que pasa y lo que se puede esperar. ¿Porqué lástima? Por que estamos viviendo un momento de cambio histórico (crisis = cambio). El escenario económico y político resultante, luego de la profundización irremediable de la crisis para el primer mundo, ya no será el que hemos conocido.

Se cierra una época que, por elegir un hecho sobresaliente que sirve al efecto, se inició en 1948 con los acuerdos de Bretton Woods, (la creación del FMI, la aparición del dólar como moneda mundial de cambio, etc.). EEUU venía de ganar la guerra (su poderío económico productivo había permitido el triunfo aliado) y lo definido entonces completaba, económicamente, lo que el reparto del mundo, efectuado en Yalta, había comenzado en otros campos.

La primera potencia cobraba su triunfo: se le había concedido la posibilidad de fabricar dinero genuino con solo imprimirlo. Usó y abusó del privilegio en distinta medida a lo largo de sesenta años.
El abuso se fue incrementando en la misma medida que sus competidores, principalmente la Comunidad Europea y Japón, se fueron afianzando y tornándose más eficientes.
Finalmente llegaron las potencias emergentes, la siempre temida China, la India y hasta nuestro Brasil.

En los últimos veinte o treinta años los déficits paralelos de la potencia fueron de la mano con una política de concentración económica, explotación y exclusión de grandes sectores humanos que fue angostando gran parte de la demanda mundial total de productos industriales. Mientras creció la riqueza de los privilegiados, su civilización del consumo y su brutal despilfarro, no importaban mayormente los que se salían del sistema. El dispendio de unos compensaba la miseria de los más.
Pero el citado proceso, junto a las innovaciones tecnológicas, iba progresivamente estrechando mercados y limitando las posibilidades de inversión. La respuesta creciente fue la aceleración de la especulación financiera y su extensión al mundo, la única globalización digna de su nombre. La economía real era solo un soporte de la especulación financiera. El dinero producía dinero. Las últimas burbujas no fueron más que la culminación del desenfreno. La irracionalidad comenzó muchos años antes. EEUU empapeló el mundo con sus billetes y con los bonos del tesoro que los respaldaban. A través del perverso mecanismo el mundo entero subvencionó sus aventuras de todo tipo.

Hasta que, como diríamos en el barrio: “los muchachos se pasaron de rosca”. Fundamentarlo sería ocioso… o fatigante. Con mejores palabras, cuantiosos argumentos técnicos irreprochables y buena fe (inexistente en los distintos establishments) se puede hacerlo con un elevadísimo nivel de certeza.

Aunque a nadie conviene hoy que se note, es visible e irrefutable que el rey va desnudo y por más que quieran parar la reacción ayudando a los culpables del desaguisado no solo no lo van a lograr sino que agravan el panorama.

¿Y que es lo que puede esperarse? ¿El Apocalipsis? No, solo el cambio, el ajuste doloroso pero ineludible, La salida no va a ser inteligente… va a ser. Advendrá un nuevo mundo: ya no el dólar, al menos no en exclusividad. Será una canasta de monedas, una moneda virtual o múltiples mecanismos de trueque como los que ya se están instrumentando.

Se consolidarán las regiones, se cambiarán los paradigmas, la libertad de comercio dará paso a todo tipo de proteccionismos e, ¡¡ INCREÍBLE!! , no habrá más remedio que HACER LAS COSAS BIEN.

¿De qué se trata? Habrá que apuntar a cubrir necesidades reales más que a inventar ficticias. Habrá que recrear demanda y mercados redistribuyendo riqueza. Habrá, sin guerras inventadas o carreras espaciales, que desarrollar los continentes postergados. La derecha más hábil o gatopardista, los que no sucumban a su tozudez, habrán de coincidir con la antigua prédica de humanistas y zurdos. En lo que a nosotros respecta, la unión galvanizada de América Latina no será ya patrimonio exclusivo de los progre sino de todos los que quieran sobrevivir.

Aunque pueda parecer increíble, no se trata de un delirio místico sino de la extrapolación racional de una realidad y una mecánica.
Claro está, en tanto si, y con una terminante certeza, apostamos al hombre.
Solo puede caber una duda: la peor. Puede ser que no sea así, que lo anticipado por la sabiduría tradicional se concrete. Que no vivamos un enderezamiento y que el ciclo se termine.

Entonces será el Apocalipsis. Solo Dios o lo que quede de Él lo sabe.